Rabi Yejiel Bar Lev
En su libro Emuna Ubitajon escribe el Jazón Ish: “Si un hombre es sensible, posee paz interior, está libre de ambición lujuriosa y se maravilla frente a la inmensidad del cielo y la profundidad de la tierra; si se estremece profundamente ante lo enigmático del mundo que se le aparece como un acertijo indescifrable y maravilloso, y este misterio cautiva su intelecto y su corazón, entonces no vive más que para descifrar el enigma que se convierte en su máxima ambición. Su alma brega por interpretar su solución, y para lograrlo es capaz de luchar contra viento y marea, porque, ¿qué sentido tiene su efímera vida si el propósito de ésta le es totalmente desconocido, si su alma confundida y doliente, anhela revelar el secreto y origen de todo – y las puertas se le cierran?”
Lo antedicho expresa el sentir de un hombre que logró alejarse del marasmo del mundo, del ritmo arrollador que nos dicta a diario la vida. Y tras describir los prodigios del mundo, el Jazón Ish continúa explicando cómo fueron creados el hombre y su entorno de acuerdo con un plan preciso y detallado, previamente planificado, y finaliza su capítulo diciendo: “Y la verdad de Su existencia, Bendito Sea, es aceptada por su corazón sin dubitaciones ni objeciones, porque su corazón percibe destellos de luz que alumbran más allá del límite de este mundo y, obligatoriamente, Su Creador le proporcionará solución al enigma del mundo y del hombre a través de la fe que existe un Amo que guía a Su mundo”.
Pero con la fe no es suficiente. La curiosidad innata del hombre lo impulsa a buscar las respuestas que puedan sosegar su alma, y así se cuestiona acerca de qué debe hacer para llenar de contenido y significado su vida, para que sus acciones pasadas, presentes y futuras estén sustentadas bajo un mismo y único plan, el cual tenga un asidero sólido y real y cuya definición sea aceptada por su intelecto. Después de afianzada la fe en el corazón y en la mente, surge la siguiente pregunta, o, como lo expresa el rabino Moshé Jaim Luzzatto en Mesilat IeshArím: “El fundamento de la piedad y la raíz del servicio perfecto es que el hombre conozca cual es su obligación en su mundo”. Si la persona de forma instintiva no es movido a desear conocer a su Creador, viene entonces la Torá demandando a cada persona su deber de conocer su obligación en este mundo.
El judaísmo revela el objetivo de la vida en el mundo, el cual solo puede realizarse en nuestro mundo: “Corregir al mundo para que llegue a ser gobernado por la Presencia divina.” Todo individuo debe servir a su Creador durante toda su vida, sometiendo sus actos, palabras y pensamientos para lograr este fin. Cada persona construye y corrige su propio mundo, e Israel, a quien le fue dada la Torá, debe aspirar a construir y corregir al mundo entero. Pero dijimos ya que sólo con la fe no es suficiente, porque valiéndonos únicamente de la fe no podremos cambiar la conducta humana. Para que el hombre llegue a subyugar sus actos, su forma de hablar y sus pensamientos a fin de servir al Creador, debe conocer a Dios, y sólo a través del conocimiento del Creador – a través del poder del daat – puede transformar sus cualidades y su forma de obrar. La fe está por encima de toda especulación racional, y de toda disquisición intelectual. El rabino Eliahu Dessler escribe en su libro Mijtav MeEliahu (primer parte, pag, 68): “La fe, la emuná, implica lo que uno cree aunque aún el intelecto no pueda percibir”. La fe circunda al hombre pero no entra en él, o sea, no es internalizada por el hombre y, por su parte, el daat es el conocimiento de Dios, la aprehensión interior que permite conocer al Creador. Aunque no podamos captar la esencia Divina, podemos sin embargo conocer y sentir Su existencia, pero esto es factible sólo cuando el conocimiento se fusiona con el sentimiento, con el conocimiento interior. Cuando El Santo, Bendito Sea, nos ordena en Su sagrada Torá (Deuteronomio 4:39): “Y lo conocerás hoy, y lo internalizarás en tu corazón, que El Eterno es Dios”, no se está refiriendo solo a ampliar nuestro conocimiento intelectual acerca de la grandeza del Creador, sino a la combinación del conocimiento con la emoción y el reconocimiento interno de Su existencia. En tanto el conocimiento intelectual perdure en el hombre, desposeído del conocimiento emocional y el reconocimiento interior, no encontraremos aquí el conocer a Dios sino nada mas que la fe.
El judaísmo revela el objetivo de la vida en el mundo, el cual solo puede realizarse en nuestro mundo: “Corregir al mundo para que llegue a ser gobernado por la Presencia divina.” Todo individuo debe servir a su Creador durante toda su vida, sometiendo sus actos, palabras y pensamientos para lograr este fin. Cada persona construye y corrige su propio mundo, e Israel, a quien le fue dada la Torá, debe aspirar a construir y corregir al mundo entero. Pero dijimos ya que sólo con la fe no es suficiente, porque valiéndonos únicamente de la fe no podremos cambiar la conducta humana. Para que el hombre llegue a subyugar sus actos, su forma de hablar y sus pensamientos a fin de servir al Creador, debe conocer a Dios, y sólo a través del conocimiento del Creador – a través del poder del daat – puede transformar sus cualidades y su forma de obrar. La fe está por encima de toda especulación racional, y de toda disquisición intelectual. El rabino Eliahu Dessler escribe en su libro Mijtav MeEliahu (primer parte, pag, 68): “La fe, la emuná, implica lo que uno cree aunque aún el intelecto no pueda percibir”. La fe circunda al hombre pero no entra en él, o sea, no es internalizada por el hombre y, por su parte, el daat es el conocimiento de Dios, la aprehensión interior que permite conocer al Creador. Aunque no podamos captar la esencia Divina, podemos sin embargo conocer y sentir Su existencia, pero esto es factible sólo cuando el conocimiento se fusiona con el sentimiento, con el conocimiento interior. Cuando El Santo, Bendito Sea, nos ordena en Su sagrada Torá (Deuteronomio 4:39): “Y lo conocerás hoy, y lo internalizarás en tu corazón, que El Eterno es Dios”, no se está refiriendo solo a ampliar nuestro conocimiento intelectual acerca de la grandeza del Creador, sino a la combinación del conocimiento con la emoción y el reconocimiento interno de Su existencia. En tanto el conocimiento intelectual perdure en el hombre, desposeído del conocimiento emocional y el reconocimiento interior, no encontraremos aquí el conocer a Dios sino nada mas que la fe.
El Talmud nos brinda el ejemplo de un ladrón que reza para triunfar en su misión. No cabe duda de que este ladrón es muy creyente, de lo contrario no hubiera acudido al Creador en su plegaría. Esto sucede porque la fe por sí misma no nos mueve a sobreponernos a nuestras pasiones y a corregir nuestra persona. ¡Ella ni siquiera es capaz de frenar a un ladrón!
Hace algunos años recé en Estados Unidos en una sinagoga ortodoxa en la fiesta de Sucot. Cuando estaba rodeando el púlpito con el lulav y el etrog en mis manos, me confesó un abogado muy formado que estaba a mi lado: “Si mi banquero me viera con el lulaven mi mano, girando como si estuviera realmente loco, cancelaría el crédito de mi cuenta”. Si este abogado hubiera tenido un poco de daat, además de un conocimiento intelectual del Creador, no habría efectuado esta observación. El solo hecho de habérsele ocurrido tal idea revela que no está del todo seguro de sus acciones, y que probablemente bajo presiones sociales o de tipo económico, dejaría de cumplir todos los preceptos que según él despertarían la burla de sus semejantes. Este abogado es sin duda creyente, pero su fe no posee la fortaleza suficiente como para ayudarlo a sobreponerse a sus preconceptos sociales, ignorando a sus detractores. Su fe no tiene el poder de discriminar entre el bien y el mal ni de deshacerse de este último. Sin duda, como a muchos otros, le falta el daat, la maravillosa sensación del Dios Viviente en lo más profundo de su ser, sensación que se fortifica y crece con cada precepto que realizamos.
Aclaramos más arriba que el propósito de este mundo es corregirlo a fin de ser gobernado por la Presencia Divina. El primer paso para concretizar este proyecto es el cumplimiento de los 613 preceptos, tal como aparecen en la Torá y en la Ley Oral. El cumplimiento de los preceptos inspira al hombre a estudiar, a ampliar su conocimiento y a elevarse espiritualmente. Una vez que el individuo decide cumplir con su obligación en su mundo, ya no será la misma persona. Existen subidas y bajadas, avances y retrocesos, pero ya no se puede quedar estancado; su alma bregará por lograr más y más, y es ella quien lo impulsará, como expresa el rey David: “Mi alma está sedienta de Ti” (Salmos 63), y “Como la cierva anhela las corrientes de las aguas, así Te anhela el alma mía, oh Dios” (ibid. 42). Evidentemente, este ímpetu interior difiere entre persona y persona ya que el alma de cada hombre tiene su propia raíz en los mundos superiores, y cuanto más elevada sea la raíz, mayor será el ímpetu y la aspiración de unirse y consagrarse a su Creador, procurándolo hasta saciar su ardiente deseo.
Algunos se conforman con cumplir los preceptos y comprender el motivo de su cumplimiento de acuerdo con lo expuesto en textos clásicos como el Sefer Hajinuj. Las explicaciones allí expuestas satisfacen a quienes procuran información general en lo referente al cumplimiento de los preceptos. Estos individuos rezan con devoción y estudian la Torá por el solo fin de estudiarla; en sus oraciones, en su estudio de la Torá y en el cumplimiento de los preceptos, se consagran al servicio Divino de todo corazón y se elevan en el estudio y el temor a Dios cada uno de acuerdo a la raíz de su alma.
Sin embargo, esto no conforma a todos y, además de cumplir estrictamente con los preceptos, buscan y ansían conocer al Creador. No se conforman con un enfoque superficial, sosteniendo que las historias de la Torá poseen un significado más profundo, tal como enseña el Zohar (Behaalotjá): “Desdichado el hombre que dice que la Torá viene a relatarnos simples historias”. Es decir, la Torá oculta maravillosos secretos entre líneas, y nos fue otorgada para que conozcamos al Creador, lo reconozcamos y estudiemos Sus caminos. Por lo tanto, es difícil aceptar interpretaciones simples de las leyes y los preceptos de la Torá. El rabino Jaim Vital escribe en su introducción al Etz Hajaim: “Las interpretaciones simples de la Torá y sus relatos, leyes y mandamientos, en tanto simplificados, no revelan un reconocimiento o conocimiento del Creador. Por el contrario, ciertas leyes y reglamentos aparecen como irracionales… lo mismo que el detalle extremo de sus partes y modos. Y de ser así, ¿en qué se sustenta el esplendor de la Torá, su grandeza y su belleza?”
Sin embargo, esto no conforma a todos y, además de cumplir estrictamente con los preceptos, buscan y ansían conocer al Creador. No se conforman con un enfoque superficial, sosteniendo que las historias de la Torá poseen un significado más profundo, tal como enseña el Zohar (Behaalotjá): “Desdichado el hombre que dice que la Torá viene a relatarnos simples historias”. Es decir, la Torá oculta maravillosos secretos entre líneas, y nos fue otorgada para que conozcamos al Creador, lo reconozcamos y estudiemos Sus caminos. Por lo tanto, es difícil aceptar interpretaciones simples de las leyes y los preceptos de la Torá. El rabino Jaim Vital escribe en su introducción al Etz Hajaim: “Las interpretaciones simples de la Torá y sus relatos, leyes y mandamientos, en tanto simplificados, no revelan un reconocimiento o conocimiento del Creador. Por el contrario, ciertas leyes y reglamentos aparecen como irracionales… lo mismo que el detalle extremo de sus partes y modos. Y de ser así, ¿en qué se sustenta el esplendor de la Torá, su grandeza y su belleza?”
El judaísmo no prohíbe al hombre creyente formular preguntas y, por el contrario, ya que existe respuesta a todos los interrogantes, en la medida en que las preguntas sean formuladas con inteligencia, y sólo por medio de ellas llegará aquel que las formula a conocer a Su Creador y Sus caminos. Las preguntas de una persona inteligente son aquellas que provienen de aquel que, a pesar de cuestionar, no deja que tales formulaciones lo arranquen del camino de la Torá, continuando con el cumplimiento de los preceptos y su estudio a pesar de enfrentarse y reconocer sus dudas.
Hoy en día vivimos atestados de información, y se cuestionan preguntas muy inteligentes, y las respuestas deben ser satisfactorias y convincentes a todos los niveles de la población. En las generaciones precedentes, antes de la aparición del judaísmo laico, el hombre religioso no estaba expuesto a la influencia del liberalismo ni de otras corrientes y de algún modo se encontraba protegido, vivía en el seno de su familia, y su marco de relaciones estaba circunscrito a personas de su misma idiosincrasia. Es obvio que en una época así no era indispensable la profundización de la Torá, y ésta y la fe unidas bajo un gran temor a Dios, se fue transmitiendo de generación en generación y de familia a familia. Sin embargo hoy en día es muy difícil encontrar respuestas que satisfagan a los jóvenes que en su mayoría han absorbidos grandes porciones de humanismo secular y que, por otra parte, de un modo u otro, se sienten adheridos a un marco religioso o tradicionalista. Esta generación debe recibir las respuestas adecuadas antes que estos marcos se vean dañados.
¿Cómo hacerlo? La única vía posible es a través de explicaciones lógicas y racionales de los preceptos de la Torá, lo cual se logra estudiando el significado más profundo de la sagrada Torá, estudio identificado con la Cábala. Dicho estudio nos brinda una sensación de expansión del conocimiento y de participación en el acto diario de renovación del acto de Creación. ¿Y por qué se logra esta sensación? Porque a través del estudio más profundo de la Torá, el estudiante comprende que toda la Torá es la revelación de la voluntad Divina, y que el cumplimiento de los preceptos es lo que valida la existencia permanente del mundo. La sección del rezo diario: “El que renueva con Su bondad cada día el acto de Creación” recibe una connotación mucho más significativa. El estudio más profundo de la Torá es el estudio de la Cábala, que logra desarrollar la “Torá revelada” al nivel de sabiduría Divina y confiere a cada aspecto de los preceptos contenido y lógica
Rabi Yejiel Bar Lev
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